Es reconocido que la práctica deportiva modela las características físicas del sujeto de acuerdo a su especificidad con el fin de potenciar el rendimiento durante la competencia (Norton & Olds, 1996).
En este sentido, el estudio de la morfología del deportista, a través de la composición corporal y el somatotipo, ha sido utilizado como estrategia de selección deportiva, elección de la posición de juego, especificidad técnica-táctica, entre otras.
En el rugby por ejemplo, la composición corporal de deportistas de alto rendimiento se caracteriza por un gran desarrollo del tejido muscular (Gabbett, 2000), ya que el éxito deportivo en esta disciplina se encuentra estrechamente relacionado con la fuerza, potencia y agilidad (Gabbett, 2005).
Cabe recordar que los movimientos corporales en el rugby durante una competencia se caracterizan por ser de alta intensidad con recuperaciones incompletas, desplegando una gran cantidad de energía anaeróbica (Higham et al., 2013). Además, la elevada frecuencia de contactos de alta intensidad con el contrincante (~40 contactos por partido), ya sea en aspectos ofensivos o defensivos, también se verá beneficiada por un mayor componente de tejido muscular (Brewer & Davis, 1995).
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